Los libros o son parte de la vida de uno, y vida ellos mismos, o no son nada. Éste está hecho a partir de algunos libros ajenos por los que el autor ha mostrado siempre predilección que no ha menguado. Hace años publicó una primera serie que tituló Clásicos del traje gris, del que Sólo eran sombras es continuación. "Los lectores han vuelto los ojos hacia nuestra literatura", se dice en el prólogo, "a nuestros muertos y amados escritores, a los galdoses, a Cervantes, a los barojas y larras, a machados y juanramones, a ramones, azorines, solanas y unamunos, a todos aquellos que hasta ayer sólo eran sombras, nuestros admirados clásicos de traje gris, orinecidos hasta ayer en sus cúspides como veletas sin giro...".
"En los periódicos, en las revistas, en las editoriales solemos estar siempre más atentos al eco de los vivos que a la voz de los muertos. Verdaderamente clásico es aquel a quien ya no le quedan amigos en los periódicos ni en las editoriales. Un clásico sólo entra en las rotativas o en prensas, si entra, en uno de estos tres casos extremos: cuando se muere (lo que explica la media docena de necrológicas que se incluyen aquí), cuando se cumplen cien años de su nacimiento o muerte (particular éste que sólo rige para unos cuantos, para Cervantes, por ejemplo, pero no para Plutarco) y, por último, cuando alguien ponen en el empeño la pasión necesaria, una pasión impertinente a lo Stendhal".
Característica común de buena parte de los escritores sobre los que se habla en este libro es la soledad en la que escribieron su obra. De ahí que el autor termine su prólogo con estas significativas palabras: "Nosotros, los solitarios, ha sido un lema de todos estos años que podría completarse con este otro, sentimental e irrealizable: solitarios del mundo entero, uníos".