Dos o tres veces al día se derrumba tu mundo, cae
incesante como los antiguos palacios inundados de
Venecia tras el abandono o las casas de los viejos
mercaderes de Gante.
Dos o tres veces al día reniegas de tu vida, te sientes
morir en soledad o escribes sobre la desdicha
de ser en el fondo un tipo lleno de prejuicios.
Dos o tres veces te reconoces ruin, miserable,
adicto a todos los pecados capitales, como si tus
virtudes fueran una falsa moneda que llevas en el
bolsillo de tahúr.
Dos o tres veces al día pierdes los nervios, juras y
maldices, a veces, en voz alta. Otras, pusilánime y
lleno de vergüenza, solo murmuras tu impotencia.
Dos o tres veces niegas lo que te hiere, lo que más
te duele para quizás sentirte más fuerte ante la
adversidad que te obliga a reconocer lo débil que
eres.
Dos o tres veces al día miras alrededor y te sientes
seguro, rodeado de tantos como tú. Aunque en el
fondo sepas que eso te demuestra que ya no hay
esperanza para ti. Dos o tres veces al día te miras
al espejo: cada uno de esos cabrones tiene razón.
(Fernando Sarría)